María Eufemia Arias Rico es una llanera de mediana estatura, acuerpada, recia, erguida como un roble, madre amorosa y el genuino ejemplo de superación, empeño y emprendimiento en el campo colombiano.
La violencia se llevó a su padre y aunque el recuerdo de su muerte no deja de dolerle, logró reponerse con entereza. Hoy, con 60 años de edad se dedica a la cría de ganado bovino, al cultivo de productos de pancoger y de frutas en la finca “El Olvido”, la herencia que la justicia le devolvió luego de varios años de abandono y que está localizada la vereda Tillavá en jurisdicción de Puerto Gaitán (Meta).
Desde Villavicencio a la finca de María hay 10 horas de distancia, pero es un recorrido que vale la pena, pues Tillavá es un verdadero oasis en medio de la sabana y el paisaje es el de una tierra productiva bañada por las aguas del río Tillavá. En ese paraíso llanero vive María, acostumbrada a trabajar de sol a sol desde que tiene uso de razón.
Esta mujer es oriunda de Cubarral (Meta), nació en 1960 y se crio con su papá Aquilino Arias, un humilde campesino que laboraba en fincas y la llevaba consigo a muchos pueblos y veredas de los llanos orientales. A mediados de los años 80, don Aquilino y su hija -María- se establecieron en Puerto Gaitán, en un predio de 39 hectáreas llamado “El Olvido”, en el cual sembraron árboles frutales y cultivaron, plátano, yuca y maíz.
María Eufemia estudió en un internado en Villavicencio hasta tercero de primaria y luego trabajó en restaurantes donde aprendió a cocinar y descubrió el gusto por la culinaria y su buena sazón le hizo fama entre sus comensales. Años después, en San José del Guaviare, María conoció a un campesino del que se enamoró y con el que tuvo una hija, Sandra Patricia; la relación no funcionó y terminó, pues como ella misma lo dice “lo que no sirve, mejor no debe estorbar”. María decidió regresar a Villavicencio y frecuentemente viajaba a Tillavá a visitar a su padre, con quien mantenía constante comunicación porque eran muy unidos.
Marcada por el dolor
El 3 de julio de 1998, por una coincidencia terrible de la vida, el padre de María, don Aquilino estaba en el caserío La Loma comprando algunos alimentos y fue asesinado en medio de una incursión armada. El hecho fue ordenado por el entonces jefe de las Autodefensas bloque Meta y Vichada José Baldomero Linares, alias “Guillermo Torres”, y es conocido por que allí se registró la muerte de indígenas de la comunidad Corozal y de varias personas más.
La noticia de la muerte de su padre no llegó sino hasta tres meses después. La zozobra y angustia con las que vivió María Eufemia durante este tiempo terminaron cuando supo la peor de las noticias, su papá había sido asesinado durante la masacre. Recibió la confirmación el 10 de octubre de 1998 a través de una carta de la Junta de Acción Comunal de la vereda.
Totalmente destrozada y con el corazón en la mano, María viajó a Tillavá, con la esperanza de recuperar el cuerpo de Aquilino, el cual habría sido enterrado en una fosa común. Hoy, 22 años después y pese a los esfuerzos de esta mujer y de las autoridades, no ha sido posible la identificación de los restos, por lo que aún no ha podido enterrar a su padre.
De regreso a su tierra
Tras el deceso de su padre, María abandonó “El Olvido”, y de vuelta en Villavicencio se dedicó a trabajar como cocinera en diferentes restaurantes, con el fin de tener un sustento para ella y su hija. Con el tiempo, esta mujer, que aún conservaba intactos el recuerdo y el legado de su padre, luchó por mantener viva la esperanza de recuperar su tierra y de volver para hacerla productiva.
Otra coincidencia hizo que María se enterara de la Ley -1448 de 2011-de Víctimas y Restitución de Tierras, que era su oportunidad de reclamar y recuperar la finca de su padre. Tomó la decisión y acudió a las oficinas de la Unidad de Restitución de Tierras en Villavicencio donde la asesoraron y llevaron el proceso de reclamación de la finca ante un juez.
Seis meses después, el Juzgado Primero Civil del Circuito Especializado en Restitución de Tierras falló a su favor declarándola como víctima indirecta de abandono forzado de tierras y, en consecuencia, ordenó la restitución y formalización del predio, que al igual que la memoria de don Aquilino, ella nunca había dejado en el olvido.
María regresó a “El Olvido” con el propósito de mantener el legado de su padre y de trabajar arduamente por convertir su tierra en un modelo de productividad. “Me dijeron que me iban a apoyar con un proyecto productivo para poder obtener el sustento diario y poner a producir mi tierra, como siempre he sido arriesgada y me gusta meterle berraquera o lo que emprendo, decidí que me dedicaría a la ganadería”, manifestó.
La Unidad de Restitución de Tierras, a través del profesional del área de proyectos productivos le brindó asistencia técnica y capacitación. El suelo del predio servía para la ganadería, por lo que se materializó la idea de María y la entidad le entregó 13 reses, insumos y la instalación de una cerca eléctrica. “Con el apoyo de familiares y amigos, con mucho esfuerzo construí la casa de madera, al comienzo fue muy duro, pero hoy me siento orgullosa de lo que he logrado”, dice sonriente la llanera.
Proceso de aprendizaje de la ganadería
María Eufemia, se dedica a la compra e intercambio de ganado, un negocio del que todos los días aprende y en el que se gana, pero también se pierde “En un comienzo les tenía mucho miedo, porque eran animales bravos, me sacaban corriendo, hasta que un vecino me aconsejó que le echara agua bendita en cruz a la sal y les diera de comer de mi mano. Eso funcionó, se volvieron mansitos, ya no me tiraban”, contó la emprendedora.
Bautizó a las cincuenta reses que posee, basándose en sus características físicas y al inmenso cariño que les tiene a estos animales a los que considera su familia. Algunos de los nombres son: Bekina, La Niña, Cachitos, Monabella, Pelirroja, Amarilla, Morocha, Paloma y Conavi. Este año nacieron 10 becerros, todos muy hermosos y saludables; a los hijos de Conavi los ha bautizado Conavi 1, 2, 3… a las crías de Paloma los llamó Paloma 1 y 2, y así sucesivamente, los terneros heredan los nombres de sus madres o padres.
El tiempo y la experiencia le han enseñado mucho de la vida y de la ganadería. María empezó con trece reses y hoy tiene cincuenta y asegura que ha ido entendiendo las dinámicas de su negocio: “Hace poco vendí el toro porque se fregó una mano al saltar la cerca por ir a buscar una vaca, entonces irremediablemente tuve que cambiarlo, además he aprendido que constantemente se debe salir de un animal macho. Por ahí cada tres años o apenas las hijas entren en etapa reproductiva para evitar retrocruces”.
El día a día de María Eufemia
María tiene varios amores, su hija, la cocina, sus vacas y su mascota “Polito”, un perro que la acompaña desde hace varios años. Polito y María empiezan el día a las 5: 00 a.m. dándole gracias a Dios, luego se arregla, se prepara un tinto cerrero para despertarse y con su uniforme de trabajo: botas, gorra y machete en el cinto empieza su faena.
Lo primero que hace es la ronda por las cercas, luego revisa el ganado, atiende a las reses enfermas y, en los días más atareados, asiste los partos de las vacas. Una vez termina con el ganado alimenta a las gallinas, los patos, los piscos y también está pendiente de los cultivos de yuca, plátano y arroz. Todas estas actividades tienen algo en común: la alegría y el canto con el que las acompaña.
La clave del éxito de este ejercicio de emprendimiento en el campo llanero es sencilla y simple, asegura esta llanera emprendedora, que convirtió “El Olvido” en un hato ganadero: “está en la perseverancia, en no desfallecer ante primer tropiezo, hay que meterle energía y berraquera a lo que uno hace, pero sobre todo hacer las cosas con amor y pasión”.