Más de 2.300 animales se encuentran en áreas cultivadas. 189 especies tienen algún grado de peligro.
El Instituto Humboldt advierte que 2.342 especies están potencialmente distribuidas en las áreas cultivadas con coca entre el 2012 y 2016.
Que digan, una y otra vez, que el narcotráfico y el conflicto armado han tenido efectos devastadores sobre el medioambiente durante más de medio siglo de guerra es muy probable que no le signifique mucho, que no le mueva las fibras, y más si los datos no se aterrizan, ¿verdad?
Pues bien, el Instituto Alexander von Humboldt, en su más reciente informe BÍO, le pone alas y patas a este asunto y advierte que 2.342 especies –entre anfibios, reptiles y aves– están potencialmente distribuidas en las áreas cultivadas con coca entre el 2012 y 2016. La cifra incluye 189 especies con algún grado de amenaza global, entre las que se encuentran el mielero de pecho rojo, el murciélago de nariz amplia, la rana arlequín del Cauca y la guacharaca.
La política de aspersión aérea implementada por Colombia, que entre los años 2001 y 2012 evidenció una tendencia decreciente en los cultivos ilícitos; pero también significó un desplazamiento de estos cultivos hacia otras zonas del país altamente biodiversas, especialmente en la parte central y en Putumayo-Caquetá, hasta alcanzar un máximo de 146.139 hectáreas (ha) de coca en 2016, en un área de 238.225 km².
“Este aumento implica que debe trabajarse en la solución de las causas estructurales de esta problemática en las regiones (debilidad institucional, bajo capital social, ausencia de procesos de largo plazo de desarrollo rural, presencia de grupos armados ilegales). Aunque la aspersión aérea sigue planteándose como una salida, difícilmente se puede tener una solución sostenible si no se vincula la realidad local”, dice el documento.
Para sacar los datos de especies y áreas afectadas por coca, los investigadores Alexánder Rincón y Jorge Velásquez-Tibatá cruzaron los mapas del Sistema Integrado de Monitoreo de Cultivos Ilícitos (Simci), que es apoyado por las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Unodc), con el de ecosistemas y distribución de especies de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Al verlos juntos se evidencia que la región con mayor impacto sobre sus biomas fue la del Pacífico (con 57.778 ha afectadas), seguida por la región central (40.527 ha), siendo el ecosistema húmedo tropical en el departamento de Nariño el más amenazado de todos.
Según el Simci, en tan solo tres departamentos (Nariño, Putumayo y Norte de Santander) se concentra el 63 % de toda la coca que tiene Colombia; Tumaco es el municipio más afectado, con 23.148 hectáreas sembradas. Precisamente, el 39 % de la coca de Colombia está en la región Pacífica, seguida de la región central (28 por ciento de la coca) y la región Putumayo-Caquetá (24 por ciento de la coca).
El Humboldt advierte que el aumento de los cultivos ilícitos entre el 2012 y el 2016, causó un incremento, en promedio, del 196 % en el área afectada por especie, lo cual podría constituir una amenaza importante, especialmente aquellas con rangos pequeños, pues su hábitat se ve reducido.
“Lo que vemos es que hay una relación lineal entre el aumento de cultivos de coca y la afectación a las especies. Ese porcentaje significa que, por ejemplo, si en el 2012 una especie tenía 1.000 ha afectadas, para el año 2016 llegaría a 3.000 ha”, explica Velásquez, haciendo énfasis en que el Catatumbo, el Pacífico nariñense y caucano y la parte alta del Putumayo merecen un tratamiento inmediato.
‘Se fumiga un cultivo en una parte y luego aparece en otra’
Alexánder Rincón, autor principal del estudio y doctor en economía ecológica
¿Cuál es el bioma más afectado de Colombia por cultivos de coca?
Lamentablemente, el diagnóstico es bastante ignorado políticamente, sector que muchas veces les da la espalda a los datos científicos que arrojamos. Lo que ya podemos decir con certeza es que la política de fumigación genera un desplazamiento, lo que se conoce como ‘efecto globo’, lo cual significa que fumigas en una parte y luego el cultivo aparece en otra zona.
El costo se traduce en la deforestación de nuevas áreas, especialmente de bosque húmedo tropical en el Pacífico colombiano, un ‘hotspot’ de biodiversidad. Esto trae un efecto colateral en comunidades vulnerables con sus necesidades básicas insatisfechas, porque con la coca se desplazan también la violencia, los grupos armados ilegales y las fumigaciones.
¿Por qué la política de erradicación no ha sido efectiva, después de casi dos décadas?
Porque las causas estructurales del fenómeno no se han trabajado correctamente y las políticas de fumigación parten de un concepto simple y errado que no tiene en cuenta dos factores: primero, la heterogeneidad de los contextos (con sus actores y problemáticas particulares en el territorio) y, segundo, la falta de integralidad, donde el problema solo se le ve desde una dimensión, de dinero por ejemplo, cuando en realidad pueden ser varias variables.
El mercado de las drogas es completamente adaptativo, y los campesinos son el eslabón más débil de esta cadena. El campesino cultiva coca no porque se haga rico, sino porque tiene un ingreso fijo, estable. El problema es que detrás de este negocio también puede haber otras actividades que fracturan el tejido social, como la minería ilegal, tala ilegal y tráfico de fauna.
¿Cuál es la relación que hay entre deforestación y cultivos de coca?
El ecosistema se debe entender como un ser vivo que puede seguir siendo funcional a pesar de que se lo transforme. El problema está si llegas a pasar el umbral, porque luego no habrá posibilidad alguna de recuperarlo o restaurarlo.
Según las Naciones Unidas, la deforestación es uno de los problemas más importantes asociados con el cultivo de coca. Entre 2001 y 2013, 290.000 hectáreas de bosque se perdieron por este motivo en Colombia.
Gran parte de esta pérdida ocurre en áreas de alta biodiversidad donde también se quema, lo cual aumenta la erosión del suelo y el uso de herbicidas y fertilizantes que impactan de manera perjudicial. Las especies van perdiendo su hábitat.
El ecosistema se debe entender como un ser vivo que puede seguir siendo funcional a pesar de que se lo transforme. El problema está si pasas el umbral, porque luego no habrá posibilidad de recuperarlo
¿Aumento de cultivos de coca necesariamente significa aumento de la deforestación?
No. Puede ser que un cultivo se desplace hacia otras zonas del país, como lo estamos viendo, y eso son nuevas áreas de bosque deforestadas. Pero también está la retoma de áreas que ya se encuentran transformadas.
¿Cuáles son las implicaciones de la firma del acuerdo de paz para este escenario?
Un análisis simple diría que sin fumigaciones los cultivos aumentan, pero ya hemos visto que se desplazan abriendo nuevas áreas deforestadas de bosque húmedo tropical. El otro escenario, que no creo que pase, es que se ponga en marcha una política integral que tenga en cuenta las realidades locales, en especial de los lugares más críticos, como Tumaco.
Lastimosamente, la política de erradicación no se consolida a largo plazo, está atada a cifras y resultados coyunturales, a resultados de ‘éxito o fracaso’, ‘blanco o negro’, cuando en realidad hay que buscar los grises y las políticas complementarias, así como procesos de largo plazo.
TATIANA PARDO IBARRA
tatpar@eltiempo.com
Foto:
Juan Pablo Rueda / Archivo EL TIEMPO